viernes, 2 de abril de 2010

El Romancero viejo

La poesía castellana en el siglo XIV
El desarrollo de los romances

El ocaso de la cuaderna vía domina la poesía castellana del siglo XIV. Hacia 1300, los castellanos cultos escribían sus poesías líricas en galaico-portugués y el público popular estaba aficionado a la epopeya. Hacia 1400, el galaico-portugués es progresivamente abandonado y los poetas cultos vuelven a la composición en castellano, mientras que el público prefiere los romances. La épica había declinado hasta casi desaparecer, no se componen nuevos poemas del género y el proceso de reelaboración de la antigua épica casi se había agotado también.
Las opiniones de los críticos sobre la relación entre épica y romances ha cambiado durante el último siglo. Aunque en un principio se creía que los romances eran anteriores a la épica, ya Milá y Fontanals demostró en 1874 que en España, como en la mayoría de los países europeos, la épica precedió a los romances y, por lo que puede entreverse de las relaciones entre ambos géneros, habría sido la épica la que dio origen a estos. La idea se tomó, con el correr de los años, como verdad irrefutable, aunque, en rigor no puede afirmarse siempre esa relación. Lo más que puede decirse es que la épica proporcionó a los romances un sistema de versificación, el asunto para un buen número de ellos y el contenido en detalle para unos pocos. Algunos críticos discutirían aun estas afirmaciones, considerando que una y otros corresponden a dos formas métricas distintas e independientes.
Investigaciones de la segunda mitad del siglo XX llamaron la atención sobre las relaciones de los romances con la poesía lírica, que han resultado casi tan importantes como las relaciones con la epopeya. Algunas endechas combinarán forma lírica con contenido épico. El género comenzó unos siglos antes y algunas de las más tempranas tenían contenido heroico.
Los romances son composiciones épico-líricas, combinando estos elementos de manera particular. Muchísimos romances tienen el asunto y la forma métrica de la épica, y la sintaxis y aun el espíritu de la lírica. Emplean a la vez, por ejemplo, la repetición propia de la lírica popular y las fórmulas características de la épica.
En cuanto a su cronología, no se conservan manuscritos medievales de romances sueltos, y muy pocos son los romances incluidos en los cancioneros de finales del siglo XV. Parecería que la primera edición impresa es un pliego suelto del “Conde Dirlos”, cercano a 1510, seguido de los romances del Cancionero general, de 1511.
Estas fechas son demasiado tardías para aceptarlas como origen del género y se ha demostrado que circularon romances durante todo el siglo XV. La prueba más antigua que se conoce es un texto de Jaume de Olesa, un estudiante de Derecho de Mallorca, que anotó en su cuaderno de apuntes en 1421. Parece claro que muchos otros romances circulaban por entonces sin que fuesen recogidos por escrito. Hacia fines de siglo ya se encuentran en los cancioneros y aparecen cada vez más referencias a los romances en textos de los escritores cultos. Aunque a principios del siglo XV las referencias son desfavorables, en la segunda mitad empezaron a ganar el favor en la corte de los Reyes Católicos. La fecha tardía de aparición de manuscritos o impresos es similar al fenómeno de los villancicos: la existencia de un género popular que no se pone por escrito hasta que comienza a atraer a los poetas cultos.
En cuanto al origen de las piezas, es posible que algunas surgieran contemporáneamente a los sucesos que relatan, pero estos no serían los primeros del género. Las fechas más tempranas que pueden asignarse están en torno al 1320 y corresponden al ciclo de romances compuestos para vilipendiar al rey Pedro. Los que emanan de hechos épicos hispánicos no pueden fecharse con la misma exactitud que los históricos. A la mayoría de los poemas épicos conservados o perdidos corresponde un ciclo de romances: el Cid, Fernán González, Bernardo del Carpio, los siete infantes de Lara, Roncesvalles, etc. Es probable que se algunos hayan desgajado partes enteras de estos poemas, desarrollándose en forma de pieza autónoma. En la mayoría de los casos, sin embargo, el romance constituye una composición nueva inspirada en el asunto del poema.
Es imposible decidir si los romances que se originaron en un poema épico son los más antiguos (y en tal caso continuarían la forma métrica del poema con el que se emparientan) o si tomaron su forma métrica de romances históricos anteriores. En su esquema formal se encuentra un argumento a favor de la primera hipótesis. Los más antiguos poemas épicos tenían un verso promedio de catorce sílabas, mientras que los compuestos después del siglo XIV suelen tener dieciséis, y los versos se agrupan en series de una sola asonancia. La mayoría de los romances poseen una sola asonancia y constan de versos asonantados de dieciséis sílabas (según algunos eruditos son versos octosílabos, siendo asonantados sólo los versos pares).
El parentesco sería apoyado, también, por el hecho de que los romances más antiguos tienden a la irregularidad silábica.
Suele dividirse los romances en viejos (entre los que los romances noticieros forman una sucategoría), juglarescos y artificiosos. Otra clasificación más útil es la de W. J. Entwiste, quien los divide en históricos, literarios (entre los que incluye los épicos) y de aventuras o novelescos. Dentro de los romances históricos puede incluirse a los fronterizos, que tratan de episodios ocurridos en la frontera entre el mundo cristiano y árabe. Aun antes de 1492 hay romances que muestran simpatía por los árabes (maurofilia) y son los llamados moriscos, en los que el personaje moro es visto como un personaje noble aunque desdeñado.
Además de la épica hispánica, otras tradiciones dieron lugar a romances literarios, como los del ciclo carolingio (especialmente las hazañas de Roland) y los del ciclo artúrico. Otros derivan de las crónicas, por ejemplo los que tratan de la caída de España en manos de los árabes.
Los romances de aventuras son un grupo heterogéneo de piezas que no están ligadas a hechos históricos ni a temas literarios: romances de amor, de venganza, misterio o aventuras. Como carecían de detalles locales y sus temas tenían amplio y perdurable interés humano, se divulgaron ampliamente. Muchas veces pertenecen a un territorio internacional similar al que existió para las leyendas marianas o para el folclore.
La lengua de los romances es por lo general arcaica y encierra un buen número de locuciones que provienen de la tradición épica. Otra semejanza con el estilo épico es la aparente confusión de tiempos verbales, problema sin solución definitiva (ver comentario del “Romance de una fatal ocasión”). Hay un uso bastante frecuente del verso formulario, que indicaría una previa etapa oral. Otro recurso muy empleado es la repetición. Se caracterizan, en general, por la economía de estilo y lenguaje: sobriedad e impersonalidad de tono, parco uso de los adjetivos, preferencia de la acción sobre la descripción (esta última, cuando se emplea, es de modo a su vez económico), empleo frecuente del estilo directo, escasez de elementos irreales.
La sobriedad del estilo no caracteriza a los personajes: la ferocidad y lujuria son frecuentes (venganzas, incestos, hechos de sangre). La mayoría de las piezas comienzan in medias res, sin alusión a su contexto, y muchas de ellas concluyen si que la acción principal haya sido llevada a término. Este rasgo, que Menéndez Pidal ha definido como “saber callar a tiempo”, se convierte en ocasiones en un recurso de gran efecto poético y dramático. Esta y otras características hace pensar en un autor individual originario, aunque es probable que cada composición se fuera retocando en el proceso de su transmisión, lo que genera muchas versiones de algunos romances. Menéndez Pidal ha afirmado que el Romancero “vive en variantes”.
Probablemente en un principio los romances fueron cantados o recitados por juglares, pero en el reinado de los Reyes Católicos entraron en la corte, donde eran ejecutados con tonadas compuestas por músicos cortesanos, y desde comienzos del siglo XVI circularon abundantemente en pliegos sueltos. Los cambios introducidos por los poetas cortesanos operaron una reducción en muchos romances y se produjo su adaptación a las formas musicales. También la impresión en pliegos sueltos modificó los romances y la memorización se originó con seguridad mayormente sobre la base de los pliegos y no sólo sobre la tradición oral.
El siglo XVI fue el período favorito de la popularidad del romance en España, aunque su tradición se remonte al menos hasta comienzos del XIV (en el caso de los romances históricos). En el siglo XIX comenzaron a recogerse piezas orales supervivientes en Galicia, Portugal, Andalucía y Cataluña. En mayo de 1900, Menéndez Pidal y su esposa, María Goyri, escucharon cantar un romance del siglo XV en la ciudad de Osma e iniciaron la búsqueda. Muchos han sido recuperados en la tradición oral de América y de los judíos de habla española establecidos en Marruecos.

Fuente:
Deyermond, A. Historia de la literatura española. I. La Edad Media. Barcelona: Ariel, 1973.

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